Una corbata roja que cambió el curso del SCH
Una mariposa que bate las alas en la costa china puede acabar por provocar un terremoto en San Francisco, según la conocida teoría que encadena los acontecimientos hasta llegar a encontrar su causa última. La corbata que lucía Emilio Botín en la junta del BSCH de marzo de 2001 ha producido algo parecido, al cambiar el curso de la historia del mayor grupo bancario del país.
La penúltima junta del Banco Santander Central Hispano (ahora SCH) era un auténtico tablero de ajedrez, donde cada ficha que se movía, cambiaba la posición de la partida. Amusátegui llevaba escrito un discurso de despedida anticipada, que dejó para la junta de 2002, cuando formalmente se agotaba su periodo de copresidencia. Un error, porque nunca llegaría a leerlo. Emilio Botín aparecía ante los accionistas con una vistosísima corbata rojo-santander y, no se sabe si casualmente, Ana Patricia Botín, con un vestido del mismo color y tono.
Hasta ese momento, los equilibrios entre los hombres procedentes del Santander y del BCH era milimétrico, y en los consejeros aportados por el Central Hispano, esa simple nota de color se tomó como todo un desafío. Lo fuese o no –los Botín tienen una gran predisposición por el rojo y probablemente no tenía ningún contenido vindicativo– lo cierto es que se inició un malestar interno en un proceso de fusión que hasta esa fecha había discurrido por cauces exquisitos.
Botín tenía un enorme respeto por Amusátegui, pero su forma de ver el mundo es completamente distinta. Frente a la capacidad para la oratoria y las relaciones públicas del gaditano, el banquero cántabro es escueto y directo. Tampoco tiene muchos retruécanos y quienes ven en él a un refinado estratega desconcertante e imperativo posiblemente están más influidos por un temor reverencial que por la auténtica realidad.
Esas diferencias de carácter se sustanciaban también en la forma de trabajar y en una gran dificultad para cambiar las costumbres. Botín ni siquiera llegó a trasladarse de la antigua sede del Santander, en Castellana 24, donde se sentía mucho más cómodo rodeado de sus hombres, que en la sede oficial del grupo, entremezclado con los del Central Hispano.
Por no cambiar, el presidente del SCH ni siquiera ha querido reformar nunca su inmenso pero sombrío despacho, con poca luz, menos muebles y repleto de cuadros de Gutiérrez Solana, de por sí tenebrosos.
Se desata la crisis
El descontento de los ejecutivos procedentes del BCH, alimentado en los meses siguientes por algunas otras circunstancias de promoción interna, acabó por aparecer en la prensa a finales de la primavera y empezó a deteriorar la imagen de un banco que siempre había conservado su intimidad fuera del ámbito de los medios de comunicación.
Cuando en el mes de julio Botín decide cortar por lo sano destituyendo por sorpresa a Luis Abril, el director general responsable del área de comunicación, su intención no era acabar con el proceso pactado de fusión, sino cortar una polémica que a su entender estaba alimentada desde el interior del Banco. Pero lo cierto es que la salida de Abril desencajaba una pieza fundamental en el equipo aportado por Amusátegui y el copresidente del Banco, después de una cierta duda inicial, decidió hacer frente al reto recurriendo al Ministerio de Economía y el Banco de España para obtener un arbitraje, como ocurriera años antes cuando tras la muerte de Pedro de Toledo los hombres del Bilbao y del Vizcaya no llegaron a un acuerdo sobre la sucesión. El Banco de España no quiso saber nada y Rato se desentendió públicamente del problema con el argumento de que eran asuntos para resolver dentro de los consejos de administración. Después de este fracaso, Amusátegui optó por reagrupar sus huestes y presentar batalla en el consejo del Banco. Como es bien sabido, esa circunstancia aceleró la crisis y acabó con el propio Amusátegui, ya que Santiago Foncillas, presidente de Dragados, no le respaldó. La medición de fuerzas dejó plasmada, por primera vez, la hegemonía de Emilio Botín.
De fusión a absorción
Estaba claro, a partir de ese momento, que la fusión se transformaba en una absorción y Botín se quedaba con las manos libres para dibujar un banco a la imagen y semejanza del viejo Santander. En noviembre, Amusátegui dejaba incluso la presidencia de Unión Fenosa. La duda estaba en Corcóstegui. El consejero delegado, meticuloso ingeniero de la fusión, parecía el responsable de guardar las esencias del BCH pero su situación había quedado muy debilitada y máxime a medida que se acercaba la junta del 2002, en la que Botín, con la excusa de reducir sustancialmente el consejo de administración, amortizaba un consejero procedente de las filas del Santander (el mexicano de origen leonés Antonino Fernández) por cinco procedentes del antiguo Central-Hispano: Pedro Ballvé (presidente de Campofrío), Felipe Benjumea (presidente de Abengoa), Gonzalo Hinojosa (presidente de Cortefiel), Santiago Foncillas o el representante de Commerzbank.
El logotipo del Banco había vuelto a lucir exclusivamente el rojo del Santander, olvidando el efímero azul del Central Hispano, una plasmación muy evidente de los cambios que, por cierto, ha creado no pocas complicaciones en la entidad ya que obligó a rehacer gran parte de la papelería, entre ellos los talonarios de cheques preparados para el euro, que no han estado disponibles hasta mediados de febrero.
Corcóstegui renuncia
Corcóstegui, un perseverante luchador a pesar de su figura frágil, era perfectamente consciente de su posición inestable, que quedaba aún más de manifiesto en algunos desplantes que tuvo que sufrir dentro de la Comisión Directiva o en los permanentes comentarios internos que ponían en duda su continuidad.
El consejero delegado se había dado un año de plazo convencido de que si era capaz de superarlo, en ese tiempo podría retomar el control de las riendas del banco, pero ha renunciado cuando aún le faltaban seis meses para agotarlo y, curiosamente, después de que Botín volviese a resaltar su labor ante los accionistas. Al día siguiente, domingo, maduró con su familia la decisión y le comunicó al presidente su deseo de renunciar a todos los cargos.
Amusátegui y Corcóstegui han recibido una indemnización próxima a los quince mil millones de pesetas por su marcha del banco (parte de ellas al ejecutar sus opciones sobre acciones) unas cifras históricas en la empresa española, a las que ni siquiera se acercó Juan Villalonga. Y es que Botín, a pesar de ser muy austero en sus gastos, siempre ha pagado bien a sus colaboradores. Nunca ha dudado en contratar a los mejores y tradicionalmente ha sido remiso a desprenderse de ellos, a pesar de que en el último año ha reducido a la mitad la cúpula directiva.
Preparar la sucesión
Botín no había previsto la salida de Corcóstegui, a quien tiene que agradecer el haberle servido en bandeja el Central Hispano, pero el presidente del Santander es un hombre de decisiones rápidas y ha aprovechado la salida del consejero-delegado para reordenar el grupo en función de las necesidades sucesorias. Alfredo Sáenz, el hombre que reflotó Banca Catalana y Banesto, se convierte en consejero delegado, y Ana Patricia Botín vuelve como presidenta de Banesto, la plataforma más adecuada para algún día ser presidenta del Santander. Jaime Botín, presidente de Bankinter, pasa a ser vicepresidente primero del SCH, aunque sin tareas ejecutivas, dado que el Banco de España ya exigió anteriormente su salida de la Comisión Ejecutiva para guardar las formas, dado que el Banco Santander y Bankinter son competidores.
De esta forma, tres de los cinco grandes bancos españoles están presididos por un Botín, una demostración de poder bancario que no tiene un paragón inmediato. No sólo tienen el control ejecutivo, sino que la familia es la principal propietaria, si se dejan al margen los fondos de inversión. Se estima que, directa o indirectamente, posee más de un 5% del grupo Santander Central Hispano (el décimo conglomerado bancario del mundo) y un 20% de Bankinter, entidad con la que el Santander no tiene ninguna participación cruzada.
Emilio Botín cierra de esta forma un ciclo de quince años desde que asumió la presidencia del Banco de Santander, a finales de 1986, cuando era sexto del ranking español, hasta convertirlo en uno de los mayores bancos de Europa y el primero de Iberoamérica. En ese plazo, la entidad pasó del color verde al rojo, perdió la preposición “de”, añadió los apellidos Central Hispano y finalmente se desprendió de la palabra Banco, pero siempre quedó claro que estaba bajo la impronta de la familia Botín que, en cuanto recuperó el control absoluto sobre la sociedad, se apresuró a reponer el logotipo y el color del Santander.
Su presidencia, teóricamente, concluye en el 2005, de acuerdo a los pactos establecidos con el BCH, pero la vigencia de aquellos acuerdos es hoy más que dudosa. El presidente del Santander Central Hispano, que dedica todos los días varias horas al deporte en un gimnasio que tiene junto a su despacho en la sede madrileña del Banco, además de jugar al golf y al tenis, no sólo se siente joven, sino que pone un especial cuidado en cultivar las prácticas de una vida sana y no parece que vaya a retirarse dentro de tres años, al cumplir los 70. Cuando alcanzó la presidencia del Santander tenía 52 años, bastantes más de los que tendrá Ana Patricia en el 2005.