Y las aguas volvieron a su cauce

El 1 de junio de 1987, Adolfo Añíbarro, con el apoyo de un grupo de socios vinculados al mundo del café, se hacía cargo de Agua de Solares. Acababa así un tortuoso proceso de reprivatización y de avatares negativos para una compañía que había pasado de ser líder hegemónica del mercado español del agua embotellada a casi desaparecer.
Cada semana, la delegación madrileña de Agua de Solares suministra un palé de botellas de cristal a la compañía productora de la serie televisiva ‘Cuéntame lo que pasó’. Adolfo Añíbarro no sabe que harán con tanta agua, pero lo que es seguro es que alguna de las botellas aparecerá en los estantes de los bares en los que suelen desenvolverse las tramas de la serie favorita de los españoles y eso será visto por siete millones de personas. Las botellas de la marca cántabra marcaron una época y ahora son un elemento inevitable del atrezzo, hasta el punto que la empresa no paga nada por esta promoción. Lisa y llanamente, el agua mineral sin gas que se bebía en la España de la época era Solares, así que la presencia es inevitable.
Por sorprendente que parezca en un mundo donde todo discurre tan deprisa y unas marcas desplazan a otras con rapidez, Agua de Solares permanece en la memoria de los españoles de cierta edad, lo que demuestra la extraordinaria eficacia que tenían los spots televisivos de los años 60 y 70, cuando solo había una cadena y conseguir una audiencia de 18 o 19 millones de espectadores para un programa no llamaba la atención.

La bacteria que casi acaba con la compañía

Pero ni siquiera esa fortaleza pudo contrarrestar, a comienzos de la transición, la cadena de infortunios y desastres de gestión que llevaron a la compañía cántabra de lo más alto a la irrelevancia. La aparición en 1973 de una bacteria relativamente frecuente en las aguas y en productos alimenticios, la pseudomona aeruginosa, en unos análisis realizados en Pontevedra, originó un serio quebranto de imagen a la compañía, pero fue la escasa diligencia en resolver el problema, que se reprodujo en 1977, y su empeño en convertirlo en una batalla política lo que acabó por arruinarla.
Los entonces propietarios, en lugar de afrontar los hechos con humildad –una contaminación bacteriana que en uno u otro momento han sufrido la mayoría de las compañías embotelladoras, sin relevancia epidemiológica y que simplemente delata deficiencias en el envasado– optaron por la teoría conspiratoria y por suponer que detrás de la sanción estaban los intereses de otras empresas del sector. Al atribuir al jefe de Sanidad de Pontevedra, Francisco Javier Yuste Grijalba, conexiones personales con otras compañías y con un partido político, acabaron por echar gasolina al fuego. Lo que se hubiese arreglado con algunas inversiones y con la misma discreción con que se han resuelto problemas parecidos en otras envasadoras, se convirtió en una auténtica bola de nieve tras la agresión a una persona vinculada con los inspectores y la aparición de los problemas de la planta con tintes de escándalo en una revista de tirada nacional.
A partir de ese momento, Solares no volvió a levantar cabeza en muchos años. Cuando por fin pudo volver a comercializar el agua, el revuelo que se había producido en torno a la marca le había cerrado casi todas las puertas en el resto del país. Para colmo, una serie de decisiones poco acertadas acabó por dejarla sin liquidez, algo que puede parecer paradójico en una embotelladora de agua.

El germen de la autonomía

La batalla había herido de muerte a Solares pero había producido un fruto absolutamente inesperado, ya que la empresa se había convertido en la enseña que necesitaba el por entonces modestísimo movimiento autonomista: Solares se convirtió en un símbolo identitario de Cantabria, una palabra que por entonces sólo se oía en boca de Miguel Angel Revilla y unas pocas personas afines. Los regionalismos y nacionalismos rara vez pueden eclosionar sin un rival y ahí estaba: Eran los gallegos y los catalanes los que querían hundir a Solares y a Cantabria. La marca había pasado de saber solo a agua a saber a autonomía.
La absoluta descapitalización de la empresa había dejado a los 250 trabajadores sin empresario. Pero tenían el agua, una bandera y su absoluto convencimiento de que podían reconquistar el mercado español del agua en cuanto las cosas quedasen claras. La manifestación de los trabajadores por las calles de Madrid con las banderas rojas y blancas que años después representarían oficialmente a Cantabria y su reparto de botellas a los viandantes para que comprobasen que nadie se moría bebiendo el agua cántabra fue la primera exhibición del autonomismo cántabro. Algún día los historiadores recogerán la importancia que tuvo el agua como elemento catalizador en la creación de la comunidad autónoma.

De conflicto en conflicto

Puede que alumbrasen la autonomía pero, desde luego, no pudieron reflotar la empresa y la autonomía, cuando por fin se constituyó, quiso devolverles el favor, pero no supo.
Tras el fracaso empresarial, el Gobierno de Alianza Popular y el PDP presidido por Ángel Díaz de Entresotos optó por hacerse cargo de la empresa en 1983. Una iniciativa con mejores intenciones que resultados. No era un buen momento para la economía de España y tampoco se llevó a cabo una gestión muy acertada. Solares quedó reducida a una empresa de ámbito regional, con unas instalaciones atrasadas y con una gestión muy mejorable. Las ventas, que habían llegado a ser de cien millones de envases en los mejores años de la compañía se habían reducido a apenas siete millones. Una cifra mínima para una empresa con semejante trayectoria y para la potencia de un manantial capaz de ofrecer 1.000 millones de litros al año, lo que por entonces hubiese sobrado para cubrir todo el consumo español de agua embotellada.
Para colmo, en el interior del Gobierno suscitaba problemas políticos de todo tipo. El entonces consejero de Economía y Hacienda, Fernando Rodríguez y Rodríguez de Acuña envió sendas cartas al Presidente del Tribunal de Cuentas, al fiscal jefe de Santander y a su propio presidente, Díaz de Entresotos en las que advertía de posibles irregularidades en la auditoría de Agua de Solares, que dependía de la Consejería de Industria. Como es fácil de suponer, Rodríguez fue cesado como miembro del Gobierno regional.
Tanto las pérdidas como los múltiples conflictos políticos que suscitaba la compañía aconsejaron reprivatizarla lo antes posible.

Una venta llena de incidencias

La venta fue aún más desafortunada que la gestión pública. El proceso adoleció de escaso rigor aunque atrajo a varios interesados. No obstante, algunos de ellos venían con la pretensión de conseguir la compañía a muy bajo precio, aprovechándose de la debilidad negociadora del Gobierno regional. Volvió la multinacional Evian, que ya en su día trató con la anterior propiedad, pero se desanimó al ver las circunstancias y finalmente optó por iniciar su negocio en España con un manantial desconocido. También se interesaron algunas compañías de alimentación, la familia Santos, una empresa gallega de máquinas de juego y otros inversores sin vinculación con el sector. Pero ninguna de esas ofertas se concretó, ante la falta de garantías. Finalmente, un inversor italiano famoso en la época y con sede en Luxembugo presentó una propuesta aparentemente decisiva.
Habían pasado tantos avatares en el proceso y empezaba a resultar tan desanimante la falta de resultados que el Gobierno regional quiso dar un golpe de efecto y convocó a los periodistas de urgencia en la misma sala del Consejo de Gobierno, para darle mayor solemnidad: se iba sustanciar la venta e iban a contemplarlo en directo. Pero, ante la sorpresa de todos, y la desazón infinita de Ángel Díaz de Entresotos, un presidente sin ninguna malicia, el comprador, protagonista de la ceremonia, no se presentó. Era el último episodio de una ópera bufa que empezaba a poner en duda la propia autonomía.
El asunto dejó aún más tocado a un Gobierno de coalición entre Alianza Popular y los democristianos del PDP, que cada pocas semanas entraba en crisis. La escasa lealtad entre los socios de Gobierno hacía que los fracasos de unos fuesen jaleados como éxitos por los otros y el asunto de Solares acabó por pudrirse aún más. Tanto que se optó por adjudicársela a quien hiciese una oferta, la que fuese. Cualquier solución empezaba a parecer buena.

Intento de parar la venta a última hora

Afortunadamente para la empresa, Adolfo Añíbarro, que por entonces era director de otra compañía alimentaria, Cafés Dromedario, fue animado por un empleado de la envasadora a optar a la compra. Después de buscar el apoyo económico de algunos tostadores de café palentinos y valencianos con los que tenía relación, ofreció una cantidad notable, 275 millones de pesetas, y se adjudicó la veterana compañía. En realidad, sólo el balneario o los terrenos edificables valían más de lo ofrecido, con lo que el riesgo era limitado, pero a esas alturas, el enrevesado laberinto societario que habían formado los propietarios iniciales y el propio Gobierno, además de las cargas que pesaban sobre los activos, no permitían estar seguros de nada.
El proceso parecía concluido pero antes había que deshacer la madeja de embargos y lazos societarios entre las dos compañías en que se habían troceado la gestión y los activos: Agua de Solares y Balneario de Fuencaliente. Fue complejo, pero ni siquiera fue lo que más tiranteces suscitó. Para entonces, todo lo relacionado con la embotelladora estaba tan maleado que el proceso estuvo a punto de volver a la casilla de salida cuando el director designado por el Gobierno trató a última hora de impedir la venta –quizá porque tenía otro candidato– lo que no pudo conseguir.
La privatización puso fin a una década y media disparatada, en la que Solares pasó de la cumbre al fango, de la claridad del agua a la oscuridad del chanchullo y de la neutralidad a la política.
En los 25 años que han transcurrido desde entonces, la empresa ha recuperado su crédito en el mercado pero nunca podrá llegar a tener una cuota como la que alcanzó a comienzos de los años 70, una situación que hoy es impensable para cualquier marca, incluso para las respaldadas por multinacionales potentes.
El paso de Solares por el sector público dejó un mal sabor de boca, pero fue un precedente del que no se supo extraer ninguna enseñanza. Poco después volverían a repetirse los problemas cuando Hormaechea intentó privatizar el Teleférico de Fuente De, hasta el punto que se vio obligado a anular el concurso. Años más tarde, las dos privatizaciones del Racing –y, especialmente, la primera– volverían a suponer nuevas frustraciones. Afortunadamente, las de Solares se acabaron el día en que por fin se firmó en el Registro el cambio de propiedad.

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