¿Y si Ayuso se hubiese equivocado al convocar elecciones?
Por Alberto Ibáñez
La política española juega al ajedrez. Llena de movimientos tácticos, ha convertido a los electores en meros espectadores de una serie de acción en la que no pueden faltar los giros inesperados de guión, como la salida voluntaria de Pablo Iglesias de la vicepresidencia del Gobierno o la convocatoria de elecciones en Madrid a media legislatura. Ahítos de excitación y de palomitas, los electores cada vez piden más truculencia en la serie que se desarrolla ante sus ojos, con buenos, malos, el chico, la chica… y el desenlace, feliz para unos o catastrófico para otros. El Juego de Tronos, que tanto emocionaba al líder de Podemos, llevado a la realidad.
Para estas generaciones de políticos que tienen las series de televisión como referencia, el punto débil siempre se encuentra en el desenlace, que casi nunca está a la altura de lo que esperaban, y eso es lo que probablemente ocurra ahora. Todos estos estrategas pueden haberse equivocado, lo que daría lugar a una auténtica catástrofe política, al menos para sus intereses.
Es difícil aventurar, a un mes de las elecciones de Madrid qué puede ocurrir, pero eso no impide dar por seguro que ha sido una operación excesivamente arriesgada. Ayuso, deseosa de quitarse de encima a Aguado y Ciudadanos ha convocado unas elecciones en las que puede perder la presidencia, a pesar de ganar por goleada. Y Pablo Iglesias, que se ha apeado en marcha de la vicepresidencia del Gobierno nacional, puede acabar de diputado raso en la Asamblea de Madrid. Es decir, que ambos pueden pasar a la irrelevancia. Entonces, ¿por qué arriesgar tanto? Simplemente, por precipitación. Sus tácticas de guión televisivo les llevan a pensar que quien da primero da dos veces, porque la audiencia demanda emociones fuertes, sin tener en cuenta que el sacar los estandartes a la calle no es lo mismo que ganar la batalla.
En un escenario político tan polarizado, en el que se han reducido al mínimo los trasvases de votos entre bloques (izquierda-derecha) Ayuso tendrá con toda seguridad, el apoyo de Vox, pero es casi seguro que necesite también el de Ciudadanos y ese es más incierto. Al partido de Inés Arrimadas le costará superar el 5% que se exige para entrar en la Asamblea de Madrid, con lo cual serán votos perdidos para el centro-derecha, un handicap muy serio para llegar a la mayoría. Si lograse superar ese umbral y tener diputados, no es fácil pedirles el apoyo tras haberles expulsado del Gobierno. Por tanto, el guionista de Ayuso da la impresión de haber pecado, al menos, de precipitación. Estaba gobernando y convirtiéndose en la lideresa por antonomasia de la derecha (lo de la moción de censura estaba por ver) y ha tomado un riesgo innecesario. Si no consigue formar una nueva mayoría y pasa a la oposición, es muy probable que su estrella se debilite y sus posibilidades en las elecciones ordinarias de dentro de dos años sean aún menores.
No se trata solo de Madrid. Para el elector conservador es el baluarte último que hay que defender a toda costa, porque perdida la capital, solo queda el abismo. Del inmenso poder que tenía el PP hace solo siete años, con el gobierno nacional, la mayor parte de las autonomías y ciudades y los órganos judiciales se habría quedado prácticamente en nada. Una situación muy difícil de digerir para su electorado y que no solo requeriría un cambio de sede, como la que patrocina Casado, sino que incluiría al propio Casado y a todo su equipo.
En el campo rival, la situación de Iglesias es igual de incierta. Si la suma de PSOE, Más Madrid y UP no alcanza la mayoría absoluta, su permanencia al frente del partido será muy efímera. Como mero diputado de la asamblea madrileña, no le quedará más ventana pública que las tertulias de televisión y volverá a donde empezó. Puede que se mantenga durante algún tiempo como ideólogo del partido que fundó, pero poco más. Por tanto, Ayuso e Iglesias, nacidos el mismo día, del mismo año y en la misma ciudad, han cometido el mismo pecado de precipitación y petulancia. Pero, con la misma lógica televisiva, esta vez el destino les superará: uno caerá al hoyo y el otro se salvará. Ayuso lo tiene menos fácil de lo que creía e Iglesias ya no volverá a ser el mismo.
Ambos dependen de que su bloque gane las elecciones y ambos dependen de que un partido al que han tratado de dinamitar, Ciudadanos, entre o no entre en la Cámara. Así de paradójica es la política. Pero aún llega más lejos que todo eso. Ayuso tendrá que modular el tono de su campaña para evitar arrastrar a la mayoría de los electores de Vox, porque, aunque las encuestas le dan al partido de Abascal alrededor de un 10% de los votos, se está produciendo un trasvase muy rápido al PP y, si Vox no alcanzase el 5%, ocurría lo mismo que si no entra Ciudadanos, que no habría mayoría para la derecha. Así de compleja es la política, un juego de ajedrez que el ciudadano no siempre sabe interpretar porque no tiene nada que ver con la estomagante verborrea populista de soluciones sencillas que nos sirven a diario. Cuando se estableció en muchos parlamentos regionales una norma tan poco democrática como la barrera mínima de un 5% de los votos para entrar, los partidos mayoritarios cerraban el paso a muchas fuerzas pequeñas para evitar ruido y reforzar sus mayorías. Cada vez tienen más motivos para arrepentirse de haberlo hecho.