Tiempo de cambios
Pocos años cargarán con una etiqueta tan negativa en los libros de historia como 2020. Quizá 1929, porque curiosamente, todo el mundo recuerda el crash económico pero no el año en que comenzó la II Guerra Mundial, que obviamente tuvo muchos más efectos. La pandemia sanitaria ha protagonizado vidas y conversaciones pero no ha sido la única. El enfrentamiento político, que ha crecido en unas circunstancias tan dramáticas en lugar de aminorarse, es una experiencia igual de desanimante, porque ha cargado el ambiente de populismo, mentiras e intransigencia. Todo se hace por y para la galería. Y, curiosamente, han encontrado la vacuna al mismo tiempo.
Las épocas históricas, como los de Bilbao, nacen cuando y donde les da la gana, pero en esta ocasión casi han acertado a hacerlo con el año, con las vacunaciones por un lado y con el asalto al Capitolio, por otro. Trump sale como entró, como elefante en cacharrería, pero va a dejar la puerta bien cerrada. Hasta hace unas semanas parecía que su inspiración podía desestabilizar la democracia durante décadas pero gracias a esa última y gigantesca torpeza, se irá diluyendo como un azucarillo, porque las revoluciones solo tienen dos opciones, el triunfo o el ridículo, como se comprobó con el golpe de Tejero. El asalto al Capitolio avergonzará por mucho tiempo a bastantes seguidores de los populismos, dentro y fuera de los Estados Unidos.
Decía De Gaulle en Le Fil de l’épée –y él sabía de esto– que no existe ningún gran hombre para su ayuda de cámara. Todos perdemos mucho en la corta distancia, pero los grandes líderes, más. En la última visita que hizo Fraga a Cantabria resultaba desconcertante ver como el presidente gallego podía dormitar mientras su interlocutor le hablaba y, de forma inesperada, responder enérgicamente de tanto en tanto. Kissinger narra en sus memorias cómo, acompañando a Gerald Ford en la visita que hizo el presidente de los EE UU a España, el general se quedó dormido durante el encuentro cumbre entre líderes, y él mismo aprovechó la oportunidad para echarse un cabezada en el sillón donde conversaban, lo mejor del encuentro, en su cáustica opinión.
Las redes sociales hacen cada vez más difícil mantener oculta esta intrahistoria, y se convierten en un elemento extraordinariamente corrosivo para las instituciones, lo que ha alimentado la desconfianza y el populismo. Los únicos líderes capaces de soportar este escrutinio público son aquellos que no pueden perder prestigio porque ya nada de lo que hagan puede sorprender a nadie ni menoscabar más su figura ante los opositores.
Lo peor es que las revelaciones de sus estupideces les engrandecen más aún ante sus partidarios, y para eso no teníamos vacuna hasta que ha llegado el Capitolio. Por una vez, en el cine no veremos cómo lo asaltan los extraterrestres, una potencia extranjera o el malo de turno y sale el presidente en persona al rescate. Esta vez eran estadounidenses y el presidente estaba detrás.
Los populismos tampoco suelen sobrevivir a sus líderes. Hormaechea, en tantas cosas adelantado a Trump, llegó a tener 151.000 votantes, pero solo tres personas acudieron a apoyarle a su segundo juicio. Y es que, fuera de los focos, su estrella se eclipsa rápidamente. Incluso la de Revilla, un populista light y más democrático, se apagará cuando deje la presidencia, algo de lo que debe ser perfectamente consciente. El presidente cántabro ha demostrado tener una genética tan valiosa como la que dice tener Trump, porque ha estado en todos los charcos de la pandemia durante diez meses sin contagiarse, pero sabe que su vida política no puede prolongarse mucho más y ha de decidir ya quién será su sucesor. Una papeleta incómoda que ha ido aplazando una y otra vez. Los tres posibles candidatos (López Marcano, Paula Fernández y Guillermo Blanco) van a estar ahora juntos en el Gobierno y no será fácil la convivencia si no se clarifican pronto las cosas.
Cuando se celebren las próximas elecciones, Revilla tendrá 80 años, que parecen demasiados para volver a presentarse, aunque solo sea para dejar a su sucesor en la pista de despegue. Lo tiene que hacer ya, antes de que su gallinero se revuelva demasiado y para aprovechar que los rivales le van a regalar el mejor escenario posible para el cambio. El PP socava de nuevos los cimientos de Buruaga (segundo intento) y las posibilidades de Zuloaga de repetir en el PSOE se diluyen, porque ha perdido el apoyo de Casares ante Madrid y el entusiasmo de otros que le ayudaron a ganar el congreso regional. Más fácil no se lo pueden poner a Revilla.
Alberto Ibáñez